Por Pedro Fernández Hernández, profesor de filosofía política y ética de los negocios en el Instituto de Estudios Bursátiles (IEB).
El 28 de abril de 2025 España sufrió un apagón masivo sin precedentes que se extendió por toda la península ibérica y áreas del sur de Francia, sumiendo en la oscuridad a millones de ciudadanos. Más allá de las causas precisas que han provocado este colapso eléctrico, lo cierto es que lo ocurrido en España contrasta con la situación en otros países europeos reconocidos por la bajísima incidencia de apagones. Suiza, Noruega, Suecia, Finlandia y Alemania, cada una con sus particularidades, comparten enfoques que las han llevado a tener sistemas eléctricos altamente fiables.
Veamos ejemplos concretos. En primer lugar, una característica común en todos ellos es la inversión sostenida en la modernización de sus redes eléctricas. Por ejemplo, Suiza destina importantes recursos a la actualización y mantenimiento de sus infraestructuras de transmisión y distribución. Este país es conocido por la estabilidad de su suministro gracias a instalaciones robustas y tecnología punta. Alemania, por su parte, cuenta con una amplia red mallada y cuatro operadores de transmisión que han invertido miles de millones de euros en reforzar líneas, subestaciones y sistemas de control, especialmente para integrar energías renovables sin sacrificar la estabilidad. Los resultados de estas políticas se reflejan en los indicadores de calidad de servicio: el suministro alemán se mantiene en niveles de fiabilidad muy altos, con interrupciones promedio en el orden de los 12,8 minutos al año por usuario. Del mismo modo, en Suiza y los países nórdicos el tiempo de interrupción promedio anual fue de apenas 0,2 horas (unos 12 minutos) frente a aproximadamente 0,5 horas (30 minutos) en España. Esta diferencia refleja décadas de inversiones efectivas: infraestructuras más sólidas implican menos apagones.
Otro pilar de la fiabilidad es contar con un mix de generación diversificado y equilibrado. Los países líderes combinan diversas fuentes de energía, reduciendo la dependencia excesiva de una sola tecnología o combustible. Por ejemplo, Suecia, Finlandia y Suiza complementan sus porcentajes de fuentes hidroeléctricas y eólicas con energía nuclear, garantizando un aporte constante que estabiliza la red.
Detrás de los buenos resultados hay también un sólido marco regulatorio y una cultura de exigencia en la calidad del servicio eléctrico. En los países nórdicos y centroeuropeos mencionados, los operadores de red y las empresas eléctricas operan bajo estrictos estándares impuestos por reguladores independientes. Alemania es un claro ejemplo: la Agencia Federal de Redes (Bundesnetzagentur) monitorea los niveles de interrupciones y exige planes de mejora si alguna zona sobrepasa umbrales de minutos de corte al año. En Escandinavia, además de regulaciones nacionales, existe una fuerte cooperación regional: los operadores de Suecia, Finlandia, Noruega (y Dinamarca) coordinan estándares a través de la asociación NordPool/ENTSO-E, compartiendo datos y mejores prácticas. Esta cultura de fiabilidad se traduce en mantenimiento preventivo riguroso y en penalizaciones a las compañías distribuidoras si incumplen los índices de continuidad del servicio. Asimismo, se promueve la transparencia: en Suiza y los países nórdicos es habitual publicar informes anuales de calidad del suministro, generando rendición de cuentas y fomentando la mejora continua.
Otros aspectos son la redundancia –tener componentes duplicados o rutas alternativas para el flujo eléctrico– y la capacidad de interconexión internacional para controlar adecuadamente los niveles de suministro que distinguen a estos cinco países analizados con los sistemas eléctricos más fiables.
El análisis comparativo sugiere varias áreas de mejora para España, tomando como referencia los modelos citados. En primer lugar, resulta claro que se requiere incrementar la inversión en infraestructuras eléctricas. Aunque España ha modernizado su red en las últimas décadas, persisten puntos débiles. Es necesario acelerar proyectos ya previstos, siendo el más importante de todos la ampliación de interconexiones con Francia.
En segundo lugar, profundizar en la diversificación y gestión de diferentes fuentes energéticas lo que fortalecería la seguridad de suministro. España ya destaca en renovables (eólica, solar e hidráulica cubren buena parte de la generación) pero, tomando nota de los países nórdicos, sería conveniente aumentar la capacidad de almacenamiento (embalses de bombeo, baterías) y estudiar la prolongación de la vida útil de algunas centrales nucleares para dar más estabilidad al sistema.
Otro ámbito crítico es el marco regulatorio y la planificación preventiva. España tendría que revisar sus estándares de seguridad de suministro para situarlos progresivamente en niveles similares a los de países líderes. Esto implicaría, por ejemplo, exigir a las compañías distribuidoras índices de continuidad más estrictos y fomentar la inversión en automatización de la red de distribución (smart grids) que aíslen los fallos localmente antes de que se propaguen.
Finalmente, una lección general es adoptar la cultura de la fiabilidad. Esto significa no dar por sentado el suministro eléctrico, sino anticipar escenarios adversos. El apagón del 28 de abril demostró cuán interconectada y a la vez vulnerable es nuestra red energética. España puede convertir este revés en una oportunidad para elevar sus estándares de calidad: invertir con visión de futuro, diversificar con criterio, regular con rigor y preparar con diligencia.
Tribuna publicada en El Confidencial.
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