Las grandes lecciones de Cicerón, el jurista que desafió a Marco Antonio

Marco Tulio Cicerón es considerado uno de los grandes filósofos, escritores y oradores de la República romana. Nació en el año 106 a.c. en el seno de una familia plebeya. Siendo niño, fue enviado a estudiar Derecho a Roma, donde también desarrollaría su pasión por la filosofía. En el año 75 a.c. inició su carrera política, aunque no fue hasta el año 70 a.c. cuando comenzó a convertirse en una figura relevante, tras ganar el proceso contra Verres, un ex-administrador implicado en varios casos de corrupción.

Firme defensor de la libertad y los valores de la República romana, no dudó en denunciar a Marco Antonio por actuar como un dictador, tras la sucesión de Julio César. Cicerón pronunció sus discursos en un momento crítico, y ello le costó la vida.

Más de 2.000 años después de su muerte, su pensamiento sigue estando de actualidad. Hasta el punto, de que se le podría considerar un intelectual contemporáneo. Estas son algunas de sus grandes lecciones jurídicas:

 

El bienestar del pueblo es la ley suprema

Los magistrados son los ministros de las leyes, los jueces sus intérpretes, los demás somos servidores de la ley, para que todos seamos libres.

Las leyes deben ser interpretadas en un sentido liberal para que su intención sea preservada.

La ley más estricta suele causar el más grave mal.

Conocer las leyes no es memorizar su letra, sino captar toda su fuerza y significado.

La verdadera ley es la recta razón en concordancia con la naturaleza; es de aplicación universal, inmutable y eterna; convoca al deber con sus mandatos, y aleja del mal con sus prohibiciones.

Si la naturaleza no ratifica la ley, entonces todas las virtudes pueden perder su influencia.

Porque no hay más que una justicia esencial que cimienta la sociedad, y una ley que establece esta justicia. Esta ley es la recta razón, que es la verdadera regla de todos los mandamientos y prohibiciones. Quien descuida esta ley, ya sea escrita o no, es necesariamente injusto y malvado.

Porque lo que el pueblo siempre ha buscado es la igualdad ante la ley. Porque los derechos que no estuvieran abiertos a todos por igual no serían derechos.

Pero si la voluntad del pueblo, los decretos del senado, las sentencias de los magistrados, fuesen suficientes para establecer los derechos, entonces podría llegar a ser derecho robar, derecho cometer adulterio, derecho sustituir testamentos falsos, si tal conducta fuese sancionada por los votos o decretos de la multitud. Pero si las opiniones y los sufragios de los hombres insensatos tuvieran suficiente peso para superar la naturaleza de las cosas, entonces, ¿por qué no habrían de determinar entre ellos, que lo que es esencialmente malo y pernicioso debería pasar en lo sucesivo por bueno y beneficioso? ¿O por qué, ya que la ley puede convertir la injusticia en derecho, no ha de poder también convertir el mal en bien?

No hay duda de que la persona que se llama generosa y abierta tiene en mente el deber, no la ganancia. Así también la justicia no busca premio ni precio; se busca por sí misma, y es a la vez causa y sentido de todas las virtudes.

La justicia no busca ningún premio ni precio; se busca por sí misma, y es a la vez la causa y el sentido de todas las virtudes… La peor clase de injusticia es buscar el beneficio de la injusticia.

Según la ley de la naturaleza, es justo que nadie se enriquezca por los daños y perjuicios sufridos por otro.

La justicia nos manda tener misericordia con todos los hombres, consultar los intereses de todo el género humano, dar a cada uno lo que le corresponde.

A medida que se multiplican las leyes, aumenta la injusticia.

¿Qué es tan beneficioso para el pueblo como la libertad, que vemos que no sólo es buscada con avidez por los hombres, sino también por las bestias, y que es preferida a todas las cosas?

No hay nada más doloroso que la deshonra, nada más vil que la esclavitud; hemos nacido para disfrutar del honor y la libertad; conservémoslos o muramos con dignidad.

¿Qué es la ley civil? Lo que ni la influencia puede afectar, ni el poder romper, ni el dinero corromper: si se suprimiera o incluso simplemente se ignorara o se observara inadecuadamente, nadie se sentiría seguro de nada, ya sea de sus propias posesiones, de la herencia que espera de su padre o de los legados que hace a sus hijos.

Nada que se obtenga mediante la culpa puede ser permanentemente provechoso.

La mente humana se nutre del estudio y la meditación.

Sólo emplea su pasión quien no puede hacer uso de su razón.

 

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