Por Miguel Ángel Bernal, profesor y coordinador del Departamento de Investigación del IEB.
En este 2018, seis países iberoamericanos de diferente tamaño e importancia económica están llamados a las urnas (Costa Rica, Colombia, Paraguay, México, Brasil). A ellos se les podría añadir Honduras y Perú. Dado el espacio, no por falta de interés o importancia en el resto, me centraré en los países con las dos principales economías: Brasil y México.
Brasil es la mayor economía, normalmente cuando hablamos del gigante suramericano se nos presenta con unos números económicos impresionantes. La carioca es la octava economía mundial, además es una de los países donde mayor esperanza de crecimiento y avance económico se pone. Desde luego, con esta carta de presentación todo haría pensar que nos encontramos con una economía impresionante y sin embargo no es así.
Para tener una visión de fondo de la situación, en mi opinión, hay que tener muy presente lo que ha ocurrido en los últimos años, concretamente desde 2013, donde el país está envuelto en una tormenta económica muy importante, agravada además por una situación política muy complicada y que ha llevado a la destitución de su presidenta Dilma Rousseff. El problema de Brasil, inicialmente económico, surgió a raíz del desmoronamiento del precio de las materias primas, agravado por el menor ímpetu comprador de su principal cliente, China.
A esta caída de los ingresos por exportaciones hay que añadir el debilitamiento del real, algo que en un país muy endeudado trajo unas consecuencias muy negativas. Sí, Brasil está muy endeudado, allí la deuda pública supone, aproximadamente, el 78% del PIB. Si esta cifra para un país emergente es ya todo un handicap, lo es más si tenemos en cuenta que la deuda privada en el país duplica a la deuda pública. Son niveles muy peligrosos, tanto que a la agencia de calificación Fitch le llevó a anunciar que la deuda brasileña es la que cuenta con mayor riesgo de las deudas privadas de los emergentes.
A este combinado letal hay que añadir la catastrófica situación política, algo muy común en todos los países del área con alguna honrosa excepción. Esta severa crisis económica se traduce quizá en la combinación más explosiva que existe para los habitantes de Brasil y cualquier país: el aumento del desempleo y la inflación. Cierto es, y de justicia señalar, que en este 2017 la tasa de inflación parece que se situará por debajo del 2%, aun así el daño sufrido por la población es enorme. El obstáculo de Brasil sigue siendo, en mi opinión, político. Brasil es una economía donde el Gobierno suele dirigir prebendas a determinadas empresas, un gobierno clientelar de libro y que propicia la corrupción, tal y como hemos visto.
Cabe recordar que esa corrupción apunta hasta el mismísimo Lula, antes muy respetado y hoy ampliamente cuestionado. Brasil tiene muy pocos flujos inversores estables y si altamente especulativos y volátiles, los denominados flujos gaviotas. Añadamos a todo ello que su modelo económico está vinculado con la exportación, principalmente de materias primas o productos de poco valor añadido, donde las salidas a China suponen casi el 20% de las mismas. Desde luego, las elecciones, veremos cuando empiecen a salir las encuestas, pueden devolver la tranquilidad al país en el terreno político. Sin embargo, en el terreno económico, lo que se necesita son políticas no populistas volcadas en el desarrollo de inversiones estables y centradas en proyectos de valor añadido. Con todo parece que la menor presión sobre el precio de las materias primas puede permitir un cierto margen de maniobra, ya veremos si al final y como suele ocurrir en la mayoría de los países iberoamericanos no se derrocha este tiempo con medidas y políticas populistas.
El otro país que desde el punto de vista económico más importancia tiene es México. El país centroamericano sufrió al igual que Brasil la crisis financiera, incluso antes que el carioca debido a su vinculación con la economía norteamericana, sin embargo, por esta característica registró crecimiento a partir de 2010, eso sí por debajo de su potencial. En México hay, en mi opinión, el mismo problema que en Brasil en cuanto a la política: corrupción y clientelismo, pero los problemas económicos son diferentes.
México tiene unos problemas ligados a ser el patio trasero de EEUU, si se me permite la expresión; así como con la tremenda desigualdad del país. Es uno de los países con salarios reales más bajos y lo que aún complica más la situación, uno de los países con un subempleo altísimo. Hay que aderezar estos problemas con una desigualdad entre la población indígena, la que ocupa los estados sureños, tremenda. Eso sí, aquí el Gobierno de Peña Nieto ha intentado una cierta modernización. Ha impulsado reformas económicas, modificando leyes muy protectoras, con la intención de aumentar la competencia. Estas medidas deberían llevar a un incremento a largo plazo para mejorar la competitividad y el crecimiento económico.
Lo interesante sería un Gobierno dispuesto a continuar con las reformas emprendidas y a su vez a integrar e igualar a la población indígena, sin olvidar modernizar todo lo relativo al mercado laboral. El aumento de la clase media daría mucha consistencia a la sociedad mexicana. Para mí esa es la clave: mayor clase media y una política más sana.
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