Por Aurelio García del Barrio, director del Global MBA con especialización en Finanzas.
Han pasado dos años desde el comienzo de la guerra de Gaza. Después del asesinato el 7 de octubre de aproximadamente 1.200 personas por parte de Hamás y 67.000 palestinos muertos, el presidente Donald Trump anunció este 8 de octubre que Israel y Hamás acordaron firmar la primera fase de su plan de paz para la Franja de Gaza, que involucra la liberación de los rehenes que permanecen cautivos, su intercambio por prisioneros palestinos y el retiro de las tropas israelíes a la línea previamente definida. Estos son los detalles más importantes de lo que Trump denominó los primeros pasos hacia una paz fuerte y duradera.
El acuerdo contempla el ya producido intercambio de una veintena de rehenes israelíes vivos, aún en manos Hamás, y la entrega de los cuerpos de otros rehenes que murieron en cautiverio, que aún se está produciendo, por unos 1.950 prisioneros de Hamás, en manos israelíes. La firma fue el resultado de las negociaciones que se han llevado a cabo en la localidad egipcia de Sharm el-Sheikh, en las que participan representantes de la Administración israelí y de Hamás, con la mediación de Egipto, Qatar y Turquía.
Sin duda, buenas noticias para la situación de Oriente Medio, que históricamente se ha visto sacudido por las turbulencias entre los países musulmanes e Israel. Aunque todos los involucrados expresan esperanza, las fracturas dentro del proceso son difíciles de ignorar: Falta de confianza entre las partes: Hamas exige garantías explícitas de que Israel no reanudará su ofensiva una vez liberados los rehenes, luego de que un acuerdo similar fallara en marzo pasado. Desarme de Hamas: Este es el punto más controversial. Hamas lo ve como una rendición absoluta; Israel lo considera imprescindible para la seguridad. Gobernanza internacional: La propuesta de una autoridad internacional que administre Gaza, potencialmente dirigida por Estados Unidos y Reino Unido, genera desconfianza tanto en sectores palestinos como israelíes. ¿Quién decidirá el futuro político del enclave?
Uno de los mayores enigmas es qué pasará en Gaza si Hamas efectivamente se desvincula del gobierno. El plan actual propone crear una estructura de administración internacional para llenar el vacío de poder, garantizando seguridad y permitiendo reconstrucción, pero la clave aquí es qué nivel de autonomía tendrían los palestinos. La historia del conflicto israelí-palestino está plagada de falsas salidas, promesas incumplidas y acuerdos torpedeados. Para que este acuerdo sea distinto, se necesitan más que buenas intenciones: Se necesitan mecanismos de verificación y monitoreo imparciales. Se necesita una reconstrucción que no dependa de concesiones políticas humillantes. Se necesita incluir a la sociedad civil palestina en el proceso de toma de decisiones. Pero, sobre todo, se necesita voluntad. Una voluntad que trascienda elecciones, ideologías o revanchismos. Una voluntad de futuro. La única incertidumbre es si esa voluntad existe realmente.
Por un lado, Hamás, que es una ideología, y no se puede destruir una ideología, solo se pueden debilitar sus capacidades militares y terroristas, y por otro el polarizado Netanyahu. Y aquí aparece el verdadero quid de la cuestión, ¿estarían dispuestas ambas partes al reconocimiento mutuo de los estados? ¿Puede permitirse Netanyahu reconocer un estado palestino y los palestinos (con potencial presión iraní) reconocer al estado de Israel? Ya Ariel Sharon, en 2001 afirmó que proclamar un Estado palestino era la solución al conflicto, pero 24 años después, esto no resulta sencillo.
Hay que recordar la participación del Imperio Británico en el tratado de Balfour, que generó la idea de un hogar judío y que con el Tratado de Sykes-Picot en 1916, en el ámbito de la Primera Guerra Mundial, se dividió el Imperio Otomano en los territorios que ahora son los estados nacionales del Medio Oriente. Para muchos, el origen de los problemas que repercuten en la situación actual, ya que de allí surgió la Palestina británica, que luego se dividió en 1948 para crear el Estado judío y nunca se cumplió lo de crear también un Estado árabe.
Y también hay que analizar la situación de Cisjordania. Israel conquistó Cisjordania en la Guerra de los Seis Días de 1967, y la ha ocupado desde entonces. Hablamos de un territorio de unos 5.600 kilómetros cuadrados que se sitúa entre Israel y Jordania, en la orilla occidental del río Jordán, donde viven aproximadamente 3,2 millones de palestinos y unos 700.000 colonos israelíes. Samaria y Judea (hoy, Cisjordania) plasman espacios atávicos de los judíos (Eretz Israel) y ellos lo exigen para establecer su lar. Se considera fundamental para una solución de dos Estados al conflicto israelí-palestino, que prevé una Palestina independiente, que abarque Cisjordania y la Franja de Gaza, con Jerusalén Este como capital. Sin embargo, la creciente expansión de los asentamientos israelíes no facilita el proceso tampoco. En definitiva, el mundo recibe una gran noticia, con la firma del primer paso del plan de paz, y ojalá, se puedan limar todas las aristas que permitan que esto sea sólo el principio de algo que acabe con un problema que viene de hace más de 75 años.
Tribuna publicada en El Economista.
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