Cinco claves financieras contra el cambio climático

Por Manuel Gómez Gutiérrez-Torrenova, Responsable del programa directivo Finanzas para la Sostenibilidad y el Cambio Climático.

Ponencia de la jornada Riesgos y oportunidades financieras asociados al cambio climático, realizada el pasado 22 de junio en la Universidad de Lima y organizada por el IEB.

Las recientes Conferencias de las Partes de Naciones Unidas en París (COP21) y Marrakech (COP22) han elevado el nivel de consenso de la comunidad internacional respecto al Cambio Climático y la necesidad de combatirlo con acciones coordinadas a nivel global que garanticen resultados en el largo plazo y con independencia de la coyuntura política.

En esencia, el desafío plantea la necesidad de un cambio de paradigma que facilite la transición a una economía de bajo carbono que pueda hacer compatible el progreso con la sostenibilidad, el desarrollo con la conservación de nuestro entorno. Se requerirá una importante transformación económica, social y tecnológica que muchos comparan con la revolución industrial del XIX. Esta transformación implicará mitigar importantes riesgos y movilizar ingentes recursos financieros.

¿Cuáles pueden ser las claves que favorezcan la transición hacia una economía de carbono?

1.- El atractivo de las inversiones verdes en un contexto de bajos tipos de interés

El trinomio rentabilidad – plazo – volatilidad parece jugar a favor de la economía verde, al menos en términos relativos respecto a otras alternativas de inversión. En una coyuntura de bajos tipos de interés, la rentabilidad de los proyectos ligados al desarrollo de infraestructuras  sostenibles resultan extremadamente atractivos. El tipo de interés medio a largo plazo en las economías de la OCDE viene situándose en los últimos 5 años en la horquilla entre el 0% y el 4% (ver figura 1). Frente a esta situación, contrastan las rentabilidades medias de los proyectos de la nueva economía verde. Por ejemplo, si tomamos el sector energético como referencia y consideramos las tecnologías solar y eólica, la rentabilidad media de los activos alcanza sin dificultades niveles de 7% a 12% de rentabilidad sobre fondos propios (excluyendo el efecto de cualquier apalancamiento financiero).

Es decir, existe una substancial prima de rentabilidad por cada euro invertido en el sector verde frente a los tipos de interés de referencia en el mercado a largo plazo. La principal razón del incremento en la rentabilidad de estos activos es sin duda el alto grado de competitividad de las tecnologías sostenibles. El caso del sector energético resulta paradigmático. Las energías renovables se han visto obligadas a hipercompetir en un mercado extremadamente difícil, plagado de barreras de entrada y con no pocas dificultades exógenas.

Esta hiper-competencia ha tensado de tal modo a la industria renovable que ha tornado el contexto de hiper-competencia en hiper-competitividad. Los costes de inversión se han reducido drásticamente conducidos por dos factores fundamentales, el avance tecnológico y el incremento de la oferta (ver tabla 2).

Como consecuencia, el crecimiento en las inversiones ha sido imparable. Ya desde 2010 las inversiones en energías renovables superan a las inversiones en energía convencional a nivel mundial. Como puede observarse en las Figuras 3 y 4, las energías renovables muestran el mayor crecimiento en capacidad instalada, siendo las tecnologías de mayor consolidación y crecimiento a futuro. Obviamente, este crecimiento lleva aparejado una ingente movilización de recursos financieros. Según datos de  Bloomberg New Energy Finance, a pesar del sostenido abaratamiento de los costes de inversión, la inversión anual en 2015 en energías renovables ascendió a 329bn de dólares.

De otro lado, la propia naturaleza de los proyectos de infraestructuras juegan a favor en relación con los otros dos factores de la ecuación: el plazo y la volatilidad. Las inversiones verdes están ligadas a sectores como las infraestructuras energéticas, transporte, gestión y tratamiento de aguas, etc… En esencia, estos sectores se soportan sobre activos a largo plazo y con baja volatilidad subyacente. Pero es que además, los sectores donde se juega el partido de la economía verde son intensivos en capital. Es aquí donde, volviendo a la actual coyuntura, se genera un circulo virtuoso que estimula la inversión. Dado que la ecuación rentabilidad – plazo- volatilidad parece jugar a favor de las inversiones verdes, si le sumamos la coyuntura actual de bajos tipos de interés y alta liquidez en los mercados de capitales, el futuro parece aún más proclive para la inversión en infraestructuras sostenibles.

 

2.- La transición hacia una economía en bajo carbono no resulta tan cara y supone un gran negocio

Los debates y reflexiones alrededor de la sostenibilidad, energías renovables, economía verde, etc… se presentan habitualmente distorsionados por una alta carga ideológica que dificulta un análisis sereno y objetivo desde un punto de vista estrictamente económico. En la mayoría de los casos, resulta prácticamente inevitable para el gran público asociar desarrollo sostenible o sostenibilidad con un alto coste. No obstante, recientes estudios concluyen que la transición hacia una nueva economía de bajo carbono, lejos de resultar prohibitiva, parece alcanzable e incluso más barata de lo estimado. Según datos de la OCDE, la inversión prevista en  infraestructuras en los próximos 15 años se cifra en 6 trillones de dólares americanos anuales.

Es decir, un total de 90 trillones de dólares en total (en valor constante) para los próximos 15 años. Lo asombroso del caso es que, debido al incesante abaratamiento y evolución tecnológica de ciertas tecnologías, si valoramos el coste marginal de realizar estas infraestructuras desde un punto de vista sostenible, el coste marginal de la transición a una economía de bajo carbono resultaría prácticamente irrelevante.  En otras palabras, el coste de inversión adicional para evolucionar hacia una economía de bajo carbono resulta prácticamente despreciable. De hecho, si tomamos en consideración el coste operativo y no solamente el coste de inversión de las infraestructuras, la transición podría resultar incluso mucho más rentable como se muestra en el siguiente gráfico:

El diferencial supondría solamente 270bn USD por año (alrededor de 0.3% del PIB mundial), pero este coste resultaría compensado por el potencial abaratamiento de los costes operativos (como por ejemplo un menor consumo de combustibles fósiles). El razonamiento es lógico si comparamos el bajo coste operativo de plantas energéticas basadas en fuentes renovables frente a tecnologías no renovables. Por tanto, en la actualidad, la evolución hacia una economía e infraestructuras sostenibles podría llevar aparejada no solamente ventajas medioambientales y sociales sino también considerables ventajas económicas. Asimismo, la constante evolución tecnológica hace presagiar futuros abaratamientos en el coste de inversión y operativo de los activos sostenibles que potenciarían aún más la idoneidad de la transición hacia una economía de bajo carbono.

Pero es que además la mencionada transición genera una excelente oportunidad de negocio en sectores estratégicos como el sector de la energía, tratamiento de aguas, construcción o el transporte.

HSBC cifra el tamaño de la “oportunidad verde” en 2.2 trillones de USD al año en 2020 (HSBC, 2010) y la OCDE estima que, para cumplir los compromisos establecidos, deberá incrementarse la inversión en tecnologías verdes en 1 trillón de dólares anuales (OCDE, 2015).

Sin duda todo parece indicar que la transición supone una gran oportunidad de negocio que genera una nueva dinámica en sectores estratégicos. En este sentido, resulta interesante reflexionar sobre la trascendencia geopolítica que apunta este nuevo escenario. Por un lado, mientras que en el modelo de desarrollo de finales del siglo XX garantizó un papel protagonista a los países con grandes reservas de combustibles fósiles, la nueva realidad tecnológica ladea a estos países y genera un nuevo tablero con menor dependencia y nuevas alternativas. De otro lado, surge el desafío para la comunidad internacional sobre cómo apoyar a los países en desarrollo para escoger la ruta adecuada sin menoscabar el ritmo de su crecimiento económico.

3.- Nuevos instrumentos financieros específicos

Proliferan nuevos métodos de financiación e instrumentos a disposición de los promotores y ejecutores de los proyectos relacionados con las políticas de lucha contra el cambio climático. La que podríamos denominar como “financiación verde” supone una alternativa razonable para organizaciones tanto públicas como privadas que cobra especial relevancia en mercados altamente bancarizados como el español.

Un ejemplo que ilustra poderosamente esta tendencia es el crecimiento de los bonos verdes. El mercado de bonos verdes nace en 2007 dónde la mayor parte de estos bonos fueron emitidos por el Banco Mundial y la Corporación Financiera Internacional, también conocida por sus siglas en ingles IFC. El mercado de estos bonos ha crecido sistemáticamente desde entones. Con apenas 4.000 millones de USD emitidos en 2010 hasta cifras cercanas a los 70.000 millones en 2016 según datos de Bloomberg y el Banco Mundial. En esencia, un bono verde no tiene grandes diferencias con un bono estándar en lo que se refiere a sus condiciones y funcionamiento.

Lo que diferencia a un bono verde de un bono convencional es el compromiso por parte del emisor de canalizar los fondos recaudados sólo a proyectos que tengan un carácter verde y de sostenibilidad, es decir, que produzcan un efecto positivo en relación a la problemática del cambio climático. Los bonos son calificados como “verdes” por el emisor pero deben ser calificados también por un segundo revisor independiente, de acuerdo reglas y estándares introducidos a través de iniciativas como GBP (Green Bond Principles) o Climate Bonds Standard. Es importante considerar que la emisión de bonos verdes es una fuente de financiación alternativa no solamente para empresas, sino también para otras organizaciones tanto privadas como públicas como pueden ser ciudades o regiones. Sin duda una alternativa razonable especialmente en contextos de financiación muy focalizados en la banca tradicional.

4.- El riesgo financiero sistémico de una transición tardía y brusca

Un importante hito alcanzado en la lucha contra el cambio climático radica en el consenso internacional sobre su propia naturaleza y magnitud. Tras la COP21 de París la comunidad internacional ha acordado algunos datos muy relevantes para enfrentar el desafío del cambio climático. Simplificando al máximo, el primero de ellos implica la necesidad de mantener el calentamiento global por debajo de los 2º respecto a los niveles pre-industriales. El segundo de ellos, íntimamente relacionado con el primero, es la existencia de un presupuesto de emisiones de CO2 (900 Giga toneladas) “disponible” que debe administrase convenientemente para no sobrepasar  el objetivo de los 2º. Mantener el objetivo y respetar el presupuesto de CO2 requerirá una reducción muy substancial de las emisiones en las próximas décadas. A tal efecto, las economías deberán reducir su intensidad en carbono y, dado el componente tecnológico actual, implicará un abandono de la energía basada en combustibles fósiles y activos relacionados. El siguiente gráfico muestra las emisiones de CO2 generadas por el sector energético (zona naranja) frente al presupuesto disponible (línea azul). El razonamiento es simple, será necesario realizar un importante ajuste para reducir las emisiones de CO2 y así mantenerlas en niveles tolerables en línea con el presupuesto disponible.

Dicho de otro modo, será necesario un nuevo modelo de desarrollo basado en tecnologías limpias. En términos económicos, el desafío significa una gran revolución productiva y también algunos problemas a corto y medio plazo. Problemas porque será necesario un gran cambio que impactará en algunos sectores económicos expuestos con intensidad a activos no sostenibles. Son los efectos de los denominados activos varados o stranded assets. Activos que en la actualidad representanun importante valor pero que, a medio y largo plazo, sufrirán una importante devaluación dado que no podrán formar parte del nuevo modelo productivo en una economía basada en bajo carbono. La magnitud de estos activos no es despreciable en absoluto, sino todo lo contrario. Se estima que el 35% de las reservas de crudo, el 50% de las de gas y el 90% de las reservas de carbón no podrán utilizarse (McGlade & Elkins) El riesgo podría incluso alcanzar proporciones sistémicas en términos financieros si consideramos la alta exposición del sector financiero a compañías con estos activos varados. El sector de las energías contaminantes (oil&gas + carbón) representa un tercio del mercado global de deuda crediticia con 2.6tn USD (según PRA Prudential Regulation Authority). En Europa, según datos del Consejo Europeo de Riesgo Sistémico (ESRB) la exposición del sistema financiero Europeo a activos varados asciende a los 1.061 billones de Euros, tal y como se muestra en el siguiente cuadro.

Por tanto, las consecuencias de una adaptación y evolución tardía hacia una economía basada en bajo carbono podría suponer un importante riesgo económico desde dos perspectivas. En primer lugar, el impacto perjudicial sobre la actividad macroeconómica del incremento de los costes energéticos derivados de una adaptación brusca a energías no contaminantes sin la suficiente madurez técnica y económica.

En segundo lugar, la exposición del sistema financiero a los activos intensivos en carbono. A corto plazo, el propio ESRB recomienda medidas de transparencia e información sobre estos riesgos, incorporando la exposición a los riesgos climáticos en los stress test habituales del sistema financiero. Como consecuencia de los resultados de estos test, podrían prescribirse a medio plazo medidas de ajuste por parte de los organismos reguladores. Siguiendo esta tendencia, a nivel microeconómico, el Financial Stability Board (FSB), a través de su Task Force on Climate-related Financial Disclosures (TCFD), ha lanzado una serie de recomendaciones para que las compañías suministren información a inversores, entidades financieras y aseguradoras sobre el posible impacto en sus balances de riesgos derivados del cambio climático.  Las recomendaciones establecen métricas y escenarios que las compañías deberían monitorizar y comunicar a sus grupos de interés.  En suma, dada su magnitud y trascendencia, el riesgo financiero asociado al cambio climático será más visible y jugará un rol cada vez más determinante en la toma de decisiones financieras, convirtiéndose en un elemento clave en la agenda  económica y política.

5.- Progresiva descarbonización de carteras en el mercado de capitales

Considerando el contexto detallado en el punto anterior, no es de extrañar la adopción de ciertos movimientos en el mercado de capitales. La importancia de algunas de estas decisiones transciende la mera esfera económica, señalando una tendencia cada vez más generalizada. Más allá de medidas más o menos “cosméticas” detalladas en las memorias de los fondos de inversión o sus gestoras, se perciben claramente tendencias subyacentes que afectan a las inversiones y marcan el posicionamiento estratégico a largo plazo que irá progresivamente consolidándose en el mercado de capitales. Resultan auto-explicativos tres ejemplos. El primero, el del mayor fondo soberano por capitalización de sus activos, el fondo soberano Noruego (873bn USD en activos en 2015).

Recientemente su comité de ética anunció que abandonará todas sus posiciones relacionadas con el negocio del carbón de manera inmediata  y deshará todas aquellas relacionadas con combustibles fósiles de manera progresiva.

El segundo movimiento ilustrativo corresponde a la gestora del fondo de pensiones holandés PGGM, que ha comprometido una reducción del 50% de la huella de carbono de sus inversiones. Y como tercer ejemplo ilustrativo puede citarse el reciente anuncio de Allianz SE, que detendrá la financiación de modelos de negocio relacionados con el carbón en favor de inversiones basadas en energía eólica. Sin duda, tres ejemplos que subrayan una tendencia. La cuestión es,  ¿por qué comienzan a ser habituales estos movimientos? Como respuesta pueden considerarse dos razones de peso sobre las que hemos reflexionado anteriormente que resultan ser las dos caras de una misma moneda. La cara positiva representa la rentabilidad, escasa volatilidad y largo plazo de los activos sostenibles. La cara negativa, la necesidad de mitigar los riesgos relacionados con la exposición a activos varados (stranded assets).