la economía global afronta el nuevo ejercicio con un tono moderamente optimista que contrasta con los sombríos vaticinios que jalonaban los primeros pasos de 2017. Pero no faltan amenazas agazapadas en el camino. Los efectos del cambio de la política monetaria, los síntomas de desaceleración y desequilibirios en China, los vaivenes en el precio del petróleo… Viejos y nuevos temores que son heraldos de potenciales temblores y que se suman a un problema de peso que ya fue el germen desencadentante de la gran crisis de 2008: la gigantesca bola de deuda. Una montaña que ha crecido hasta el nivel récord de 226 billones de dólares, el equivalente al 324% del PIB mundial.
Como explica Aurelio García del Barrio, profesor del Global MBA con especialización en Finanzas del IEB, «el incremento se ha debido, en mayor medida, a un alza de 3 billones de dólares en los niveles de endeudamiento de los emergentes, que ahora suman un total de 59 billones de dólares». Y en el epicentro del problema, China, que es la protagonista de más del 60% de esa subida y acumula una deuda de unos 35 billones, «alimentada por el mercado inmobiliario y la banca en la sombra».
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