Por Ramón Casilda Béjar, profesor del IEB y autor del libro ‘Capitalismo. Crisis y reinvención’.
La situación política y social estaba siendo inquietante, porque los ciudadanos no se sentían partícipes del progreso, dudaban sobre el sistema o lo rechazaban abiertamente, apostando por ideologías radicales y demagógicas. La creciente desigualdad alimenta el autoritarismo y los populismos de derechas e izquierdas.
Los ciudadanos opinan que la democracia no les brinda las oportunidades prometidas y los padres de familia ven cómo a sus hijos se les escapa el ascensor social. La desigualdad avanza ante la escasez de oportunidades y más aún para una generación de jóvenes a los que se ha preparado y mentalizado para ver cumplidas sus expectativas.
Al tiempo, la guerra comercial Estados Unidos-China y la batalla del Brexit comenzaban a solucionarse. Se pensaba que había pasado lo más difícil, y que la economía mundial tomaría mayor fuerza. Y en este ambiente, surgió lo inesperado. Un cisne amarillo apareció a finales de diciembre de 2019 en la ciudad de Wuhan, donde se desató el coronavirus, llamado Covid-19 por la Organización Mundial de la Salud, que lo declaró “pandemia global”. Al menos por segunda vez en dos décadas, China ha sido la fuente que ha diseminado el miedo en el mundo, expuesto a los riesgos epidemiológicos. El Covid-19 y anteriormente el SARS dejan patentes las consecuencias económicas de la salud.
Ahora, en un momento de creciente nacionalismo y proteccionismo, la magnitud de la situación requiere el intercambio de experiencias y cooperación científica internacional entre los países, que debe extenderse al ámbito económico. Las decisiones que se adopten serán cruciales para que la actividad se recupere cuanto antes y de forma sostenible cuando se venza a la pandemia.
Sabemos que este tipo de pandemia no se puede combatir de manera eficiente a nivel individual, sino solo como sociedad. Sabemos que requiere anticipación, preparación, coordinación y la capacidad de contar con la actuación de la mano visible del Estado. Nota: el rol del Estado requiere un análisis profundo y equidistante ideológicamente, una vez que ha quedado demostrada la alta importancia de contar con su capacidad de actuación. Cierro la nota.
Covid-19 es un anticipo de lo que puede ocurrir cuando surjan crisis de esta dimensión o mayores, desde virus mucho más peligrosos hasta crisis climáticas. Para entonces, es posible que los Estados y la comunidad empresarial finalmente se den cuenta de que es necesario que exista un mundo más seguro. En ausencia de esto, no habrá interés privado ni público que defender. El interés público identificado con el bien común de la sociedad debe pasar al frente de las políticas públicas. Y las empresas deben contribuir a este bien público. También la ciudadanía tendrá que ser inflexible en lo que atañe a la situación del sistema sanitario. Los nuevos riesgos y peligros lo exigen.
Como decía el inolvidable Aurelio Peccei, inspirador y uno de los fundadores del Club de Roma: “El futuro ya no es lo que se esperaba que fuera, o lo que podría haber sido si el género humano hubiese sabido usar su cerebro y las oportunidades con más eficacia. Pero el futuro aún puede convertirse en lo que de forma razonable y realista deseamos”.
Aunque advertencias hay tantas y tantas como para no incidir sobre ellas. Tal vez ahora, definitivamente, la señal que envía Covid-19 nos haga parar y no continuar instalados en el ‘overshoot’ o ‘sobrepasamiento’. Nota: este es un concepto que se desarrolló cuando se planteó si existen límites para el crecimiento y cuáles son esos límites, según el informe del Club de Roma realizado por el MIT: ‘Los límites del crecimiento’, 1972. Cierro la nota.
Estamos a tiempo de una corrección que puede desembocar en un deseable y sostenible futuro. Pero también, si no se hace una corrección, un nuevo colapso de algún tipo no solo es posible sino seguro, y podría ocurrir, lo cual sería, sin duda, devastador e inimaginable.
Covid-19 dejará pequeña la anterior crisis financiera de 2008, que llevó a la recesión y al desempleo masivo, pero no a la muerte de decenas de miles de personas. Por ello se requiere, más que nunca, una colaboración y un esfuerzo coordinado internacional. A los efectos, sería necesaria la creación de un fondo de compensación europeo.
El fondo de compensación europeo Covid-19
Tras comprobarse la inmensa caída del tejido empresarial, con la consiguiente destrucción de cientos de miles de puestos de trabajo de todo tipo y condición, que han originado una desolación en España, Italia y resto de Europa, resulta esencial evitar el colapso económico y productivo, siendo prioritario que la recuperación no se retrase ni un día más de lo necesario. Aunque una solución rápida a estos problemas difíciles requerirá un tiempo mayor del que deseamos y un esfuerzo mayor de lo previsto. El problema es de una complejidad tan enorme que la gran cantidad de hechos conocidos nos hace ver que estamos ante una situación única.
Existe un convencimiento de que la situación creada solo es equiparable al escenario que nos dejó la Segunda Guerra Mundial. Entonces, para poder ayudar a la reconstrucción de la economía europea, se puso en marcha el Plan Marshall. Esta iniciativa contribuyó en gran medida a la recuperación de la economía europea: 72 años después, aún sobresale como uno de los ejemplos históricos más exitosos con una visión de futuro, de solidaridad y de colaboración a nivel internacional. En este sentido, hay voces muy destacadas que reclaman para Europa un nuevo Plan Marshall. Lo hacen, por ejemplo, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, y el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría. Mi voz, aunque menos destacada, propone la creación de un fondo de compensación europeo.
– El fondo (fiduciario) de compensación europeo sería de nueva generación, como los nuevos tratados comerciales de la Unión Europea (UE).
– El fondo no se contrapone con otras iniciativas de la UE, como pueden ser los eurobonos o coronabonos o el Plan Sure (un préstamo de 100.000 millones en condiciones muy favorables similares al concedido en 2012 a España).
– El fondo tiene como objetivo ayudar a las economías europeas y especialmente a los países más afectados como España e Italia para contribuir a la pronta recuperación de su sistema productivo, constituido mayoritariamente por micro, pequeñas y medianas empresas, así como por trabajadores autónomos.
– El fondo estaría compuesto por los países europeos, admitiendo extraeuropeos y sector privado, mediante ‘donaciones y préstamos’, incorporando la posibilidad de ‘condonar’ deuda, algo que ya se hizo con Alemania en 1953.
– El fondo se centraría preferentemente en las micro, pequeñas y medianas empresas, así como en los trabajadores autónomos, para recuperar sus actividades y potenciar sus capacidades.
– El fondo puede tener socios estratégicos para potenciar las actividades y capacidades productivas en los campos comerciales, tecnológicos y formativos.
– El fondo representa una visión de futuro, de solidaridad y de colaboración a nivel internacional, y se encuentra abierto otros contribuyentes extraeuropeos, como por ejemplo China.
– El fondo tendría como administrador a la OCDE, tal como sucedió con el Plan Marshall.
Por qué debe participar China más allá de la donación de mascarillas y material sanitario (en buen estado). Por qué demostraría su colaboración y solidaridad internacional mediante su contribución económica. También por qué la solidez de su economía se lo permite. Al respecto, la portavoz jefa de la Administración Estatal de Divisas (SAFE), Wang Chunying, afirmo que “a pesar del aumento de incertidumbre externa, el crecimiento económico a largo plazo no variará y se espera que el impacto del coronavirus en la economía china sea breve y manejable”. Y lo remató con la siguiente afirmación: “El mercado de divisas de China permanecerá estable, ya que la saludable y firme economía del país ve cada vez más factores positivos”. Además cuenta con una excelente posición financiera que le permite movilizar sus inmensos recursos y sus enormes reservas de divisas, situadas sobre los 2,75 billones de euros.
Además de una colaboración solidaria, geopolíticamente, tiene como trasfondo la lucha que, de una manera abierta en unos casos y soterrada en otros, mantiene con Estados Unidos por la hegemonía mundial. China sabe que el mundo, superado el Covid-19, se hará muchas preguntas que la afectarán de lleno. Se me ocurren al menos tres: ¿cuál será la percepción de su marca-país?, ¿cuál será la percepción del ‘made in China’?, ¿cuál será la percepción como país trasmisor de valores de confianza y progreso, con un fuerte compromiso social y de calidad humana?
Para finalizar, deseo recordar el mensaje del recientemente fallecido presidente del Club de Roma, Ricardo Díez Hochleitner, que escribía en el prólogo de la nueva edición del informe ‘Más allá del límite del crecimiento’, 1992: “El Club de Roma ha venido llamando a la conciencia de las mujeres y de los hombres sobre estos y otros temas, convencidos como estamos del potencial sin precedentes de saber que la humanidad posee esperanza en la capacidad de los hombres de recurrir, en tiempos difíciles, a sus mejores resortes y valores del espíritu. Consecuentemente, nuestros escritos nunca han desahuciado al mundo, pero sí, en cambio, urgido un tratamiento enérgico para su curación, empezando por llevar a la conciencia de todos la gravedad de los problemas que nos atenazan y contribuyendo a la reflexión sobre las soluciones concretas globales que se pueden y deben acometer”.
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