Retos poselectorales en Italia: sin margen para experimentos

Por Aurelio García del Barrio, director del Global MBA con especialización en Finanzas.

Italia ha tenido desde la II Guerra Mundial 68 Gobiernos, y en lo que va de siglo, diez. A pesar de esa inestabilidad, el país siempre ha salido adelante. Ahora, el triunfo de Giorgia Meloni la convierte en la primera mujer que ocupe la presidencia del Gobierno. Su victoria sigue la paradójica teoría del péndulo: después de un Ejecutivo técnico, gana las elecciones un candidato populista o que, al menos, desafía la lógica de la racionalidad económica y promete soluciones milagrosas.

Esto ya ocurrió en 1994, cuando Berlusconi ganó sus primeras elecciones tras el Gabinete técnico liderado por Carlo Azeglio Ciampi, y en 2013. Entonces el Ejecutivo del tecnócrata Mario Monti culminó su experiencia en el poder con unos comicios que ganó el Movimiento 5 Estrellas. Los resultados de estos comicios suponen una severa derrota para la izquierda, que concurría a las urnas en desventaja respecto a los conservadores, debido a su desunión.

En sus primeras declaraciones, Meloni ha abogado por la responsabilidad y por que gobernará para todos los italianos. Cuando Giuseppe Conte (M5E) le retiró su apoyo a Mario Draghi, lo que le obligó a dimitir, eran muchas cuestiones de calado las que quedaban pendientes. Las reformas fiscales, de pensiones, de la competencia, y la rebaja del IVA son aspectos de calado que están pendientes de abordar en la economía italiana.

Las propuestas para compensar este incremento del gasto no están tan claras, y el país despidió el primer trimestre con un nivel de deuda pública histórico, por encima del 152% de su PIB.

La nueva primera ministra promete recortes de impuestos, el bloqueo de los inmigrantes que cruzan el Mediterráneo, así como una ambiciosa política familiar para impulsar la tasa de natalidad de uno de los países con más ancianos del mundo. La victoria de una líder antieuropeísta y nacionalista genera muchos interrogantes en Europa y cambia el rostro de Italia, ya que pondría en cuestión su posición sobre la Unión Europea, pues aboga por una revisión de sus tratados y hasta por su sustitución por una confederación de Estados soberanos.

Europa mira con recelo esta situación y estará pendiente de cómo se desarrollen los acontecimientos en el corto plazo, ya que Italia es la tercera economía de la zona euro, por detrás de Alemania y Francia. Aunque la realidad lo pone todo en su sitio, y todo apunta a que la prioridad de Meloni será asegurarse los fondos europeos, con Draghi de garante y el presidente de la República, Sergio Mattarella, como celoso supervisor del sentido común, la ortodoxia constitucional y el europeísmo.

Es el binomio Draghi-Mattarella el que está llamado a sostener a Italia en los próximos meses. Meloni solo ha ganado las elecciones. Ahora, si quiere aminorar los riesgos de una crisis redoblada (Italia y España son las dos grandes economías de la UE más expuestas a una crisis de deuda), tendrá que ganarse a pulso una credibilidad que hoy casi nadie está dispuesto a concederle. No hay margen para experimentos. Tanto en materia económica como en lo que concierne a los derechos civiles, Meloni deberá atenerse a los contornos fijados por la Unión Europea.

Con una deuda que supera el 152% del PIB, un déficit por encima del 5%, la crisis provocada por una inflación galopante y 190.000 millones de ayudas por cobrar, Meloni no tiene margen para experimentos.

Alemania e Italia son las dos economías que presentan un mayor riesgo de recesión en Europa, dada la exposición que han tenido al gas ruso. Se contempla un retroceso del PIB del 2% en el país transalpino el año que viene, y sus costes de financiación pueden afectar aún más a su estabilidad.

Italia ha recuperado este mismo año el nivel de PIB previo al Covid, y su economía creció prácticamente al mismo ritmo que la española en el segundo trimestre (1%), es decir, por encima del 0,5% al que avanzó la francesa o del 0,1% al que lo hizo la alemana. Sin embargo, los nubarrones que han traído consigo la crisis energética y la guerra en Ucrania son densos y mantienen el aviso de tormenta en el país alpino.

La industria, que aporta alrededor del 15% a su economía y emplea al 24,9% de la población activa, se ha visto muy tocada por la rotura de las cadenas de suministro que sucedió al estallido del Covid y, más recientemente, por la coyuntura incierta en Europa a causa de la invasión de Ucrania.

El PMI manufacturero marcó mínimos de 26 meses en agosto, en 48 puntos (todo registro por debajo de 50 en este indicador señala una contracción de la actividad). El mismo índice relativo a los servicios muestra también un retroceso del sector terciario, el que tiene más peso en el país, puesto que contribuye en más de un 72% al PIB. La actividad turística ha recuperado en buena medida el tono perdido durante la pandemia, si bien la crisis que se avecina sobre Europa puede tener, al igual que en el caso de España, un impacto notable sobre su negocio de cara al tramo final del año.

La coalición de derecha ha prometido rebajas fiscales y un tipo único en el IRPF (la flat tax abanderada por lLiga de Matteo Salvini), apuesta por adelantar la edad de jubilación, subsidiar la energía y por aumentar el gasto militar, entre otras medidas. Las propuestas para compensar este incremento del gasto no están tan claras, y el país despidió el primer trimestre con un nivel de deuda pública histórico, por encima del 152% de su PIB. Es cierto que Bruselas mantiene suspendidas las reglas fiscales para los Estados miembros hasta 2024, pero también que Italia está pendiente de un importante desembolso de los fondos Next Generation.

En definitiva, con una deuda que supera el 152% del PIB, un déficit por encima del 5%, un crecimiento económico que estará este año en un 2,9% y en un 0,9% el año próximo, la crisis provocada por una inflación galopante y 190.000 millones de ayudas por cobrar, Meloni no tiene margen para experimentos.

Tribuna publicada en Cinco Días.