Por Ramón Casilda Béjar, profesor del IEB, y Consejero y Asesor Estratégico Iberoamericano.
La notable presencia inversora de bancos y empresas españolas en América Latina representa uno de los principales rasgos y resultados del exitoso proceso de internacionalización de la economía española que bien puede situarse en los primeros años noventa del pasado siglo xx.
Actualmente, las economías latinoamericana y española comparten un contexto empresarial y competitivo internacional de rápidos cambios y mutaciones tras la invasión ilegal de Rusia a Ucrania con profundas consecuencias para la economía mundial. Por tanto, bien puede ser el momento para reformular las relaciones con América Latina mediante la «Nueva Política Económica Internacional de España hacia América Latina para el siglo xxi». Una idea, dicho sea, sobre la que vengo reflexionando y publicando durante los últimos años.
América Latina (AL) se encuentra ante el cambio, la inestabilidad y la complejidad del es-cenario global, marcado por la desaceleración de la economía mundial, la guerra en Ucrania, las tensiones geopolíticas en medio de la creciente preocupación por los altos niveles de in-flación, el precio de los alimentos y la energía, y el endurecimiento de las condiciones financie-ras; todo ello en medio del cambio climático.
La región, en 2022, impulsada por el consumo y la recuperación de los mercados labora-les, aunque con incertidumbres y restricciones internas, registró un menor crecimiento del pro-ducto interior bruto (PIB) que en 2021.
Entre los factores que más han influido se encuentran la alta inflación, la pesada carga de la deuda y la débil inversión. No obstante, es posible un cambio favorable tras la apertura de las fronteras chinas al dar por finalizada la po-lítica de «covid cero». China, como primer con-sumidor mundial de materias primas, podría rápidamente incrementar las compras a los países latinoamericanos —consume más ace-ro y hierro que el resto del mundo junto, y su gasto en petróleo solo queda por detrás de Es-tados Unidos (EE. UU.), superando a Oriente Próximo y a Europa—, impulsando una subida de precios, con lo cual, también se incrementa-rían los flujos financieros.
América Latina, ante sus desafíos, debe ha-cer posible la búsqueda compartida de soluciones para abordarlos desde la cooperación público-privada, creando oportunidades para el crecimiento e incentivando algunas de sus palancas, como es el caso del crecimiento ver-de, la inversión extranjera directa, la internacionalización de las empresas y las cadenas de suministro, donde se abren nuevas oportunida-des mediante el nearshoring, que posibilita una mejor inserción en las cadenas globales de valor, así como el aumento de la integración económica y comercial intrarregional.
La Alianza para Centroamérica, por ejem-plo, promueve las ventajas competitivas de la integración económica y comercial, incluido el nearshoring, que también se extiende a Brasil y México, país este que se ve muy favorecido por la proximidad geográfica y las fuertes relaciones comerciales con Estados Unidos.
En definitiva, América Latina requiere esta-blecer un modelo de cooperación público-pri-vada para conseguir un fin común, un creci-miento sostenible e inclusivo.
A los efectos, una de las enseñanzas más notables de la crisis de la COVID-19 fue la colaboración de las empresas privadas con el sector público, que se muestra más cercano y abierto para colaborar con el sector privado para proyectos de descarbonización, de in-fraestructuras e innovación, además de otras como la inclusión financiera. Solo así se podrán llevar a cabo cambios relevantes y necesarios para el desarrollo de los países, impulsados por un crecimiento sostenible e in-clusivo, con empresas modernas, innovadoras y competitivas internacionalmente.
Indudablemente, un fenómeno que no se puede obviar es el cambio político, donde la polarización y las presiones ideológicas condicionan la capacidad de la región para cumplir con las expectativas económicas y sociales. De manera que sería deseable la creación de un amplio «consenso» para evitar sociedades polarizadas.
Hay que allanar el camino para que los líde-res, responsablemente, participen de un diálogo «constructivo» y adopten la cooperación pú-blico-privada como un método efectivo para abordar tanto las necesidades inmediatas como las deficiencias estructurales, saliendo así más unidos y fortalecidos, demostrando no solo que los pronósticos estaban equivocados, sino que es posible sumar esfuerzos para en-frentarse exitosamente a los desafíos de una región que cuenta con abundantes recursos naturales que deben transformarse en riqueza.
La región tiene un tercio de las reservas de agua dulce de todo el mundo, una quinta parte de los bosques naturales, el 12 % de los suelos cultivables y abundante biodiversidad y ecosistemas de importancia climática global, como el Amazonas, además de cuantiosos recursos li-gados a los sectores de la minería y los hidrocarburos. La región concentra, al menos, el 49 % de las reservas de plata (Perú, Chile, Bolivia y México), el 44 % de las reservas de cobre (Chile, Perú y, en menor grado, México), el 33 % de las reservas de estaño (Perú, Brasil y Boli-via) y el 22 % de las reservas de hierro (Brasil, Venezuela y México), entre otros metales y minerales. América del Sur posee los recursos naturales —incluidos los sectores agroindustrial, minero, de hidrocarburos y otros— que representan más de 70 % de las exportaciones otales. Además, es la segunda zona del mundo con mayor cantidad de reservas petroleras, después de Oriente Medio, y concentra una proporción superior al 20 %. Un dato menos fa-vorable es el de las reservas gasíferas regiona-les, que perdieron relevancia en la última déca-da al situarse en torno al 4 % del total mundial.
América Latina, además, cuenta con la ca-pacidad empresarial, la creatividad y el talento para afrontar, de la manera más eficiente, unos tiempos tan complejos como inciertos, pero también de oportunidades que abren nuevas posibilidades para la economía, la empresa y la sociedad.
Informe completo publicado en Revistas ICE.
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