Por Aurelio García del Barrio, del Global MBA con especialización en Finanzas.
Se esperaba un 2021 donde la pandemia de la Covid-19 estuviera bajo control y el repunte de las economías empezara a ser sólido. Pero nos hemos dado de bruces con una certeza inquietante, la pandemia no ha terminado pese a que en los países ricos la mayoría de la población esté ya vacunada. El otro efecto preocupante es la inflación, en niveles máximos de esta última década y con una persistencia mayor a la esperada inicialmente. Estos factores hacen estragos en el poder adquisitivo.
Las distorsiones de las cadenas de suministro globales han creado desajustes entre la oferta y la demanda, que han generado una situación inflacionaria, al no poder cubrir la oferta las necesidades de la demanda. El número de buques anclados en puertos esperando ser descargados continúa en niveles históricamente elevados, y aunque el índice Baltic Dry (que mide el precio medio del transporte marítimo de materiales) ha empezado a retroceder desde máximos, todavía veremos estas distorsiones durante algunos meses de 2022.
El escenario del coronavirus ha comprometido y desafiado la globalización y las relaciones internacionales. La sucesión de acontecimientos que ocasionó la propagación del virus ha tenido como consecuencias distorsiones por el lado de la demanda y la oferta, lo cual ha expuesto las debilidades que rodean las prolongadas cadenas de suministro globales, aunque a ello también han contribuido causas adicionales (uso extendido del sistema just in-time y flujo tenso, dependencia de una región o proveedor, falta de planes de contingencia y escasez de inventarios estratégicos.
Aunque creo que la situación inflacionaria es transitoria, y veremos cómo se suaviza a mediados de año, así como el problema de las cadenas de suministros (siempre y cuando la evolución de la pandemia sea positiva), mientras tanto, los niveles de inflación han comenzado a preocupar a las autoridades económicas.
En Estados Unidos, Jerome Powell, Presidente de la Fed, y declarada “paloma” en cuanto a política monetaria, ha declarado que ahora la prioridad es la inflación y no el empleo, con lo que la política monetaria de la Fed se torna más hawkish, si bien es cierto que EE.UU. está técnicamente en pleno empleo. Ante esta situación, ya está en marcha el Tapering (retirada de los estímulos) y se vislumbra una posible anticipación de subida de tipos a este año.
En Europa, la situación es desigual, y Christine Lagarde, Presidenta del BCE, apuesta por continuar con las medidas laxas, en aras de favorecer el crecimiento económico. Pero otros factores han disparado la inflación en Europa, como la fuerte subida de los precios de los combustibles, el gas y la electricidad, y aunque la subida de los precios preocupe a la ciudadanía Lagarde ha manifestado el compromiso del BCE con la estabilidad de precios y su objetivo de inflación del 2%.
¿Y qué ocurre en nuestro país? La inflación ha cerrado 2021 con un promedio de un 3,1%, su nivel más alto desde 2011, de acuerdo con el dato publicado por el INE.
Diciembre ha cerrado con un 6,5%, la tasa más alta del IPC desde 1992. En este incremento destacan la subida del precio de la electricidad (la luz se encareció en el último año un 72%, contando las rebajas impositivas), y también influye, aunque en menor medida, el aumento de los precios de la alimentación. En sentido contrario, la bajada de los precios de los carburantes y lubricantes para vehículos personales.
La inflación subyacente (la que no incluye alimentos no elaborados ni productos energéticos) aumentó en diciembre cuatro décimas, hasta el 2,1%. La crisis energética ha jugado un papel importante en esta situación, recodemos que España es energéticamente dependiente en un 74%, y el gas natural ha multiplicado por seis su precio de principios de año, arrastrando consigo a la electricidad, que ha quintuplicado su cotización en el mercado mayorista, del que beben directamente los contratos regulados o PVPC.
Dos son los factores preocupantes que nos deja la inflación, por un lado, la pérdida de poder adquisitivo de los hogares, y por otro, la pérdida de competitividad de la economía española, ya que las tasas de inflación han aumentado en España muy por encima de los países del entorno, lo que puede lastrar la actividad exterior de las empresas nacionales.
Pero, para evitar que la inflación se convierta en un elemento estructural, se deben evitar los efectos de segunda ronda. ¿Qué son los efectos de segunda ronda? Subidas de salarios para evitar la pérdida de poder adquisitivo, incremento de las pensiones vinculadas al IPC, etc. En definitiva, evitar presiones por la parte de la demanda agregada.
Los próximos meses serán, por tanto, determinantes. Los indicadores muestran que algunos de los factores que provocan la carestía (alto precio del gas, fletes marítimos disparados, etc.) no van a corregirse de un día para otro. Pero sí hay una expectativa de mejora tras el invierno. La hipótesis de un reflujo de los precios energéticos a partir de la primavera, que es lo que descuentan los mercados, permitiría una normalización en la segunda parte del año. En ese escenario optimista, los precios aflojarían a partir de mediados de año. En el más pesimista, un conflicto bélico en Ucrania dejaría un precio del gas disparado, y a la economía europea temblando.
El escenario más pesimista que podríamos observar, es que, si los riesgos a la baja de la situación económica continúan materializándose, junto con unas políticas monetarias y fiscales expansivas, la inflación no tuviera un carácter transitorio y nos acercáramos a un escenario de estanflación. El crecimiento se enfriará a medida que el apoyo monetario y fiscal en respuesta a la pandemia disminuya. La demanda global disminuirá. Deberíamos ver una moderación del crecimiento de la inflación, pero probablemente habrá que esperar hasta el segundo semestre del año para confirmar que su repunte ha sido algo temporal.
Tribuna publicada en El Economista.
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