Por Ramón Casilda Béjar, Analista, consultor estratégico iberoamericano y profesor del IEB y del Ielat de la Universidad de Alcalá.
La segunda ronda de negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta por sus siglas en inglés, EE UU-Canadá-México), comenzó el viernes 1 de septiembre en la Ciudad de México y concluyó el pasado martes 5 de septiembre. Las negociaciones transcurrieron en un ambiente de incertidumbre, debido a las amenazas por parte del presidente de EE UU, Donald Trump, de levantarse de la mesa denunciando el artículo 2205, que permite la salida de uno de los países. “Una parte podrá denunciar este tratado seis meses después de notificar por escrito a las otras partes su intención de hacerlo. Cuando una parte lo haya denunciado, el tratado permanecerá en vigor para las otras partes”.
De manera que México no debe eliminar del escenario que EE UU “abandone” la negociación. Esto hay que entenderlo como una posibilidad real, aunque no debería desviarle de su objetivo: no aceptar condiciones que le supongan pérdidas de valor.
Donald Trump, se refirió al Nafta, en su discurso del miércoles 30 de agosto en Missouri, como el peor acuerdo comercial jamás realizado, y concretamente mencionó que el proceso de negociación con México y Canadá está siendo muy difícil y se cuestionó la posibilidad de continuar. No solo eso, tensionó aún más el ambiente, indicando que para EE UU representa un tratado injusto, y México no es feliz con renegociarlo.
Aunque esta, como anteriores provocaciones, introduce malestar, tensión e incertidumbre, forma parte de la estrategia de negociación de Trump, lo cual es asumido por los otros países, y su posición es que a pesar de que el ruido negativo continuará, por su parte la negociación continuará avanzando.
Aunque no es descartable que Trump podría cumplir su amenaza y firmar una orden ejecutiva para retirar a EE UU. Ahora bien, según el artículo 2205, no resulta tan sencillo. Por tanto, toda esta dinámica de palo y zanahoria no es descartable que forme parte de la estrategia de Trump para presionar a México y Canadá en la idea de que acepten sus condiciones. Sin embargo, la reacción de México, y concretamente la del secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, está encaminada a desactivar dicha estrategia de presión.
La presión del discurso de Trump en Missouri cargaba las tintas de los males estadounidenses sobre el Nafta, argumentando que el tratado se había traducido en la pérdida de empresas y empleos para EE UU y que México había sido el único beneficiario, por lo que ahora renegociará el acuerdo y si no lo logra, lo cancelará para empezar nuevamente de cero. “Estamos trabajando ahora en el Nafta, el horrible, terrible acuerdo que sacó tanto negocio de su Estado, de sus ciudades y sus pueblos”.
Pero estas llamaradas ya no calan ni hacen mella en las autoridades mexicanas. De manera que el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, reaccionó asegurando que México se retirará de la mesa de negociaciones si el presidente Trump inicia la terminación del acuerdo. “Creemos que no sería una ruta correcta, una ruta viable, dar por terminado el tratado precisamente en el momento de la renegociación”.
Por su parte, el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, quien ya participo en la negociación del Nafta de 1994, aseguró que México no negociará bajo amenazas. No obstante, el país debería contar con un plan B para contrarrestar la dependencia excesiva exportadora respecto a EE UU, que representa el 80% del total de exportaciones, lo que supone más del 30% del PIB de México.
El plan B debe incorporar, por una parte, la necesaria diversificación comercial hacia los países latinoamericanos y especialmente, con sus socios en la Alianza del Pacífico (Colombia, Chile y Perú), con otros países como Argentina y Brasil de Mercosur, y con regiones como la Unión Europea, con quien tiene muy avanzadas y en la buena dirección las negociaciones del nuevo Tratado de Libre Comercio Unión Europea México (TLCUEM). Y por otra parte, contemplar regresar a las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), las cuales establecen un arancel promedio de 3,5% para la exportación de bienes a EE UU.
Este plan B tendría frutos en el corto plazo con su opción más próxima, que es América del Sur, donde solo exporta el 4,3%, si bien, cuenta con una gran capacidad de crecimiento a través de la Alianza del Pacífico y Mercosur. Profundizar en esta dirección significa contar con nuevas oportunidades, que además hace posible una mayor y más efectiva integración con América Latina, donde México, como segunda potencia regional, puede desempeñar un papel de primer nivel.
Los tres socios comparten la oportunidad que les confiere la renegociación del tratado. Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, expresó que su país trabajará junto con EE UU y México, sin considerar declaraciones entorpecedoras, y que la modernización beneficiará tanto a canadienses como a sus socios. Y para Donald Trump, sería un excelente logro asegurarse de que el nuevo Nafta estimule, cohesione y genere la confianza para que EE UU y México logren ser definitivamente mejores y más prósperos vecinos.
Finalizada la segunda ronda, aunque aún es prematuro hablar de resultados concretos, puede decirse que ha sido exitosa, con avances en los temas, agropecuario, telecomunicaciones e inversión, porque en dicho proceso se tuvieron adelantos en facilitación comercial, así como en pequeñas y medianas empresas (pymes). También se avanzó en los temas de empresas del Estado, importaciones temporales y competencia económica.
Definitivamente, ampliar los logros que el Nafta ha conseguido en beneficio directamente del interés común de EE UU, México y Canadá debe ser radicalmente el objetivo en la negociación. Por tanto, los tres países, con toda determinación, deben apostar por: “ganar, ganar y ganar”.
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