Las grandes lecciones de Montesquieu, el padre de la división de poderes

Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y Barón de Montesquieu, nació en Francia en 1689. Siguiendo con la tradición familiar, estudió Derecho, primero en la Universidad de Burdeos y, más tarde, en París. En 1714, tras la muerte de su padre, ingresó como consejero en el Parlamento de Burdeos, viviendo bajo la protección de su tío, el barón de Montesquieu, de quien heredaría pocos años después su fortuna y su título.

Fue un gran viajero y vivió dos años en Gran Bretaña, donde -a diferencia de Francia- ya se había establecido una monarquía constitucional. Fueron estas experiencias y la inspiración de John Locke las que le llevaron a formular la teoría de la división de poderes en 1748, en su libro El espíritu de las leyes. Una obra de gran éxito en su época y una de las más influyentes de la historia del Derecho, pero que tuvo que publicarse en Suiza, para eludir a la censura del Gobierno de Luis XV.

Las ideas de Montesquieu eran revolucionarias para la época y proponían una nueva división de los poderes del Estado en el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. También planteó el concepto de la soberanía nacional y del mandato representativo frente al mandato imperativo. Es decir, la necesidad de que los gobernantes, una vez elegidos, representasen a toda la ciudadanía y no solo a sus votantes.

Se le considera uno de los precursores del liberalismo, y uno de los grandes pensadores del mundo jurídico. Estas son algunas de sus lecciones:

Que quien posee el poder tiene tendencia a abusar de él es una verdad eterna. Tienden a llegar hasta donde las barreras se lo permiten.

Cuando los poderes legislativo y ejecutivo están unidos en la misma persona, o en el mismo cuerpo de magistrados, no puede haber libertad; porque puede surgir el temor de que el mismo monarca o senado promulgue leyes tiránicas, para ejecutarlas de manera tiránica.

Es necesario, por la propia naturaleza de las cosas, que el poder sea un control del poder.

Para llegar a ser verdaderamente grande, hay que estar con el pueblo, no por encima de él.

Los jueces deben ser la voz muda que pronuncian las palabras de la ley.

No hay mayor tiranía que la que se perpetra bajo el escudo de la ley y en nombre de la justicia.

La ley debe ser como la muerte, que no perdona a nadie.

Una injusticia cometida contra cualquiera es una amenaza para todos.

La libertad es el derecho a hacer lo que la ley permite.

La libertad sólo existe cuando no hay abuso de poder.

En el estado de naturaleza… todos los hombres nacen iguales, pero no pueden continuar en esta igualdad. La sociedad les hace perderla, y sólo la recuperan mediante la protección de la ley.

La democracia tiene dos excesos que hay que evitar: el espíritu de desigualdad, que conduce a una aristocracia, o al gobierno de un solo individuo; y el espíritu de igualdad extrema, que la conduce al despotismo, pues el despotismo de un solo individuo termina por conquistar.

Las leyes inútiles debilitan las leyes necesarias.

Una nación puede perder sus libertades en un día y no echarlas de menos en un siglo.

Nunca hay que crear por ley lo que se puede lograr por moralidad.

No hay nación tan poderosa, como la que obedece sus leyes no desde los principios del miedo o la razón, sino desde la pasión.

…cuando las leyes han dejado de ser ejecutadas, ya que esto sólo puede venir de la corrupción de la república, el estado ya está perdido.

Cuando se quiere cambiar los modales y las costumbres, no se debe hacer cambiando las leyes.

Las leyes se comprometen a castigar sólo los actos manifiestos.

La severidad de las leyes impide su ejecución.

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