Las lecciones de Edward Coke, el gran defensor de la independencia jurídica

Nacido en 1552, Edward Coke es considerado el mayor jurista de las épocas jacobina e isabelina. Fue abogado de la corona británica, portavoz de la Cámara de los Comunes y fiscal General. Participó en algunos de los casos jurídicos más relevantes de su era, como el juicio a los responsables de la Conspiración de la Pólvora. Su labor se vio recompensada con el título de caballero y el cargo de Chief Justice of the Common Pleas.

Sin embargo, pasó a la historia por su defensa de los derechos del individuo y de la independencia judicial. Una postura que le llevó a enfrentarse al Rey Jacobo I y, como consecuencia, a caer en desgracia. Aun así, antes de ver acabada su carrera política, logró algunos triunfos, como limitar la definición legal de traición.

Su principal legado son sus dos obras ‘Instituciones‘ e ‘Informes’, que recogen su pensamiento. Estas obras fueron muy influyentes en el reconocimiento del Derecho al Silencio (permanecer callado durante un interrogatorio), así como en la tercera y cuarta enmienda de EEUU.

El rey mismo no debe estar sujeto al hombre, sino a Dios y la ley, porque la ley lo hace rey.

La Carta Magna no tiene soberano.

La ley del reino no puede ser cambiada sino por el Parlamento.

La razón es la vida de la ley; es más, la propia ley común no es otra cosa que la razón. La ley, que es la perfección de la razón.

La ley es el casco más seguro.

No hay joya en el mundo comparable al aprendizaje; ningún aprendizaje tan excelente como el conocimiento de las leyes.

Nadie puede ser un abogado completo por la universalidad del conocimiento sin la experiencia en casos particulares, ni por la simple experiencia sin la universalidad del conocimiento. Debe ser tanto especulativo como activo, porque la ciencia de las leyes, os aseguro, debe ir de la mano de la experiencia.

Aunque el soborno sea pequeño, la culpa es grande.

La fuerza debe seguir a la justicia y no precederla.

El acuerdo de las partes no puede hacer bueno lo que la ley anula.

Es la peor opresión, la que se hace con el color de la justicia.

Es mejor, dice la ley, sufrir un mal que sea propio de uno, que un inconveniente que pueda perjudicar a muchos.

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