El ‘western’ entre EEUU y China

Por Miguel Ángel Bernal, profesor del IEB.

Buena parte del mundo continúa preocupada por la guerra comercial que la administración Trump viene desarrollando en materia de comercio internacional. Para los ojos europeos la forma de negociar de los responsables americanos parecen extrañas, más en temas de comercio internacional, sin embargo esas formas y esas maneras las llevan los estadounidense impresas en su ADN cultural. Vemos cómo son conducidas estas negociaciones, como las plantea la parte americana y nos parece más una especie de western salido de alguna de las casas cinematográficas americanas, alejados totalmente de los estándares políticos. Estamos acostumbrados a formas nada altisonantes, mucho menos de desafío al enemigo, aunque en el fondo de la discusión es el mismo y a puerta cerrada se negocia a cara de perro y con todas las armas posibles. A veces parece una escena sacada de la maravillosa película Duelo de titanes, de John Sturges, es como si Donald Trump hubiese citado al presidente Xi Jinping a Tombstone, Arizona, para a golpe de arancel dirimir sus diferencias.

La administración Trump busca la apertura de las fronteras del gigante asiático para algunos sectores claves de la economía norteamericana. Un ejemplo lo tenemos en el sector bancario, donde las firmas americanas se encuentran con la prácticamente imposibilidad de entrar. Desde hace tiempo las empresas norteamericanas del sector bancario o tecnológico, así como algún otro sector, llevan mucho tiempo encontrando trabas y dificultades para entrar en China, un país que ha sido un imperio y está llamado a recuperar. Esas corporaciones americanas cuyos nombres todos tenemos en la cabeza, no quieren perder la posibilidad de entrar en el país llamado a ser el referente número uno en breve, el único en disposición de disputar el reinado mundial a la potencia americana.

China está llamada a ser o compartir con el gigante norteamericano el liderazgo mundial. Los americanos son conscientes de esa situación y por ello no quieren que los tentáculos de sectores estratégicos se posen o estén presentes en el imperio chino

La Administración de Trump intenta desbloquear y reconducir esa situación, quiere que los sectores claves de la economía norteamericana tengan posibilidades ciertas de entrar en el país llamado a ocupar la plaza de primera potencia mundial económica en breve plazo. Pero no solo es economía, China está llamada a ser o compartir con el gigante norteamericano el liderazgo mundial. Los americanos son conscientes de esa situación y por ello no quieren que los tentáculos de sectores estratégicos se posen o estén presentes en el imperio chino.

Sin embargo, no lo van a tener nada fácil. China es un país orgulloso y conocedor de su pasado, un país que una vez dominó Asia y que tiene muy presente su historia. Los países que no conocen su historia vuelven a repetir errores, seguro que los responsables chinos tienen en la cabeza las Guerras del Opio. Por cierto que ya que ha salido el tema del cine, seguro que recordarán la película de Samuel Bronston, 55 días en Pekín, cuyo contexto se desarrolla en la segunda guerra del opio, donde había implicación de otras potencias en aquellos momentos.

Todos los implicados conocen lo que una guerra comercial genera: miseria

Fíjense qué coincidencia con aquella situación histórica: Inglaterra era la potencia mundial en aquellos momentos ante la caída del imperio español. Sin embargo, Inglaterra presentaba una debilidad manifiesta frente a China, su balanza comercial era enormemente deficitaria con el país asiático. Las enormes exportaciones de té hacia el Reino Unido estaban detrás de ese agujero enorme. Es por ello que los británicos quisieron solucionar el déficit imponiendo la entrada y control del opio cultivado en la vecina India, en aquellos momentos territorio sajón y que era comercializada por la muy británica empresa de la Indias Orientales. China no permitió la entrada del opio, perdió la primera guerra y tuvo que transigir con que la ciudad de Hong Kong fuese protectorado inglés durante 150 años. Además, a China le supuso que otras potencias, ante la capitulación con Inglaterra, entrasen en su imperio y quisieran sacar los mismos o parecidos resultados que Gran Bretaña. Aquello tendría consecuencias letales para China, daría lugar a perdida de territorios, soberanía, generaría una segunda Guerra del Opio y sería el germen de la Guerra de los Bóxeres.

Todos los implicados conocen lo que una guerra comercial genera: miseria. Vuelvan la vista a la historia que está llena de enseñanzas. Ahí tenemos la Ley Arancelaria Smoot-Hawley, del 17 de junio de 1930, que supuso una caída del comercio mundial y que llevó a agrandar las nefastas consecuencia del crack del 29. Muchos más reciente, los EEUU saben que los aranceles impuestos por Reagan y Bush causaron de forma directa más de 230.000 despidos y supuso un golpe a la industria siderúrgica de la que todavía colea y agravó sus problemas. Son muchos los intereses, para EEUU tendrían consecuencias muy graves. Al final toda la lógica indica que EEUU y China llegarán a un acuerdo. Creo en ello y confío que sea así, el mundo no puede soportar una guerra arancelaria. Insisto, la historia nos enseña y muestra el horror de una contienda arancelaria. Ya que estamos con el cine lo que generan los aranceles pueden verlo en otro filme maravilloso, Las uvas de la ira de John Ford y basada en la obra de Jon Steinbeck.

A mis ojos europeos no son las formas adecuadas las que está llevando la administración Trump. China es muy consciente de lo que se juega y no se lo va a poner fácil. Sin embargo y por el bien de ambos países, así como del resto, los aranceles no son la solución.

 

Tribuna publicada en El Economista