Por Daniel Díez, profesor del programa de especialización en Blockchain.
En 1993 Erick Hughes publicaba el Manifiesto Cypherpunk, sintetizando más de dos décadas de desarrollo de soluciones neutrales capaces de proporcionar seguridad en entornos digitales sin comprometer la cesión de datos personales, con objeto de prevenir futuras tendencias orwellianas que pudieran surgir a partir de internet. Tal visión que tendría su culmen con el paper Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System en 2008, que llevaría ese principio a la creación de un sistema también neutral capaz de unir las cualidades del “buen dinero”, aquel cuya naturaleza fuera dinámica y programable, y que pudiera proteger a los individuos de la coerción institucional vía inflación o confiscación.
Nos encontramos en un periodo sin precedentes, en el cual la estabilidad de las instituciones que se erigían como los bastiones del progreso comienza a tambalearse y tales principios cobran cada vez más relevancia debido, entre otros factores, a la desvirtuación de la función y neutralidad del dinero.
Es ante el cuestionamiento de las consecuencias que podría tener la generación virtual de riqueza a través de la “impresión de dinero” donde podemos cuestionarnos si son realmente las bolsas las que suben en uno de los episodios más negros de nuestra historia reciente, o si es el dinero el que ha perdido valor y quizás debamos medir esa creación o destrucción de valor en base a otros activos que tengan una naturaleza finita como el oro o el Bitcoin.
En esta ocasión abordaremos una perspectiva diferente: la Sound Money, es decir, dinero que tiene un valor determinado por el mercado de forma independiente a gobiernos o partidos políticos. Si bien Bitcoin ha demostrado ser relevante como activo diversificador de carteras para protegernos de los cisnes negros, esta sería solamente una de las múltiples facetas que debemos valorar junto a la de dinero, tecnología y ecosistema, y es en conjunto donde encontraremos lo disruptivo y profundo de su propuesta de valor.
En la próxima década veremos una completa revolución en el ámbito financiero caracterizada por la plena interoperabilidad y descentralización en el gobierno de los datos, que dejarán de ser la principal fuente de competitividad; la ultra-personalización de servicios automatizados combinando las bondades de AI + Blockchain; la invisibilización de los bancos y los pagos en la experiencia de usuario; la competición por funcionalidades entre las divisas actuales al igual que como sucede en la industria del software y la desfragmentación en la experiencia de usuario con la integración de todos los servicios financieros en un punto único dentro de un hipotético MoneyOS (sistema operativo del dinero).
Tal sistema deberá estar construido sobre una base digital que sea neutral, resiliente y transparente, con unas reglas fijas y fácilmente auditables, cualidades que encontramos en Bitcoin y difícilmente puedan ser replicadas por las monedas digitales emitidas por bancos centrales (CBDCs), que si bien mejoran al actual dinero de curso legal y permiten a los gobiernos y bancos centrales un mejor control sobre la política monetaria y su efectividad, siguen sin cumplir las cualidades del citado “sound money” al no dar ningún paso adelante aún en la despolitización de algo de tal importancia como es el dinero, una neutralidad que es poco probable que encontremos en otras iniciativas como Diem (previamente Libra) impulsada por Facebook.
Más allá de la notable subida del precio por encima de los 40.000$, lo que más llama la atención es la huida de los poseedores de Bitcoins de las principales casas de cambio para su acumulación y retención con más de 87.900BTC retirados en los últimos 30 días y la consiguiente bajada de la liquidez disponible, algo que contrasta con dos fenómenos parejos que se están produciendo en Wall Street.
Por un lado, las principales empresas cotizadas siguiendo la tendencia liderada por MicroStrateg y comienzan a cambiar su tesorería en dólares por Bitcoins, comprando directamente a grandes grupos de mineros frente a los exchanges o plataformas OTCs tradicionales, algo que acentúa la bajada de la liquidez al no llegar nuevas monedas al mercado como solía suceder.
Por otro, el mercado comienza a valorar positivamente que las empresas cotizadas sigan este camino o emitan deuda para el aprovisionamiento de Bitcoins llevando directamente a que la cotización de sus acciones suba por ello, creando un incentivo que podría derivar en una gran aceleración en el número de empresas que siguen esta práctica y, por ende, del ciclo inflacionario en el que se encuentra en precio de Bitcoin.
Siendo el Bitcoin algo lo suficientemente grande y ya integrado en las instituciones como para dejar de existir, cabe plantearnos si serán los 100.000$ el próximo objetivo que seguirá la popular criptomoneda, o si este ciclo de adopción podría ir más allá de lo institucional hacia algo radicalmente más transformador que el mercado aún no haya descontado, haciendo que los niveles de precios actuales puedan resultar incluso irrelevantes.
¿Sucederá esto en el 2021? Por el momento, atención y cautela serán nuestros principales aliados.
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