La industria de gestión de activos asume nuevos retos ¿invertir en criptomonedas como activos refugio?

Por Carlos Fernández Herraiz, profesor del Master in International Finance.

Los criptoactivos son un fenómeno nuevo y apasionante que, sin lugar a duda, ha venido para quedarse. Cualquiera que analice las propiedades económicas que ofrecen estas tecnologías de contabilidad descentralizada no puede más que maravillarse de su potencial valor añadido. De hecho, me atrevería a decir que estos sistemas de contabilidad, autenticación, recuento, identidad, trazabilidad, considerados en sentido amplio, van a alterar sustancialmente nuestra vida como agentes económicos.

Pero lo que no son las cripto, ni los bitcoins en particular, son activos refugio. En todo caso, si quisiéramos ponernos puristas, bitcoin puede ser un activo de colección, como una obra de arte o un coche clásico. Esta clase de activos se engloban dentro de una categoría que se conoce como “activos depósito de valor”.

A diferencia de los activos de capital, no producen flujos futuros de caja que permitan establecer su valoración. A diferencia de los activos consumibles, no son objeto de demanda y oferta dentro del proceso de producción económica que permita establecer un valor económico de referencia ajeno al propio mercado. Los activos depósito de valor pueden ser enormemente valiosos, como una obra de arte única e insustituible.

Su valor fluctúa en función de las propias condiciones de oferta y demanda asociadas a ese activo o mercado, sin que incidan otros aspectos o anclas de valoración. En términos generales, los terrenos, las piedras preciosas, el arte, o cualquier objeto escaso y deseado puede ser un depósito de valor. La clave es si ese valor es una moda pasajera o un icono recurrente y perdurable. Esa diferencia determina si una manía inversora acabará como el rosario de la aurora o el activo tendrá ciclos de valor de largo plazo.

Como todo en economía, estas clasificaciones son muy matizables, y lo son también para bitcoin y los criptoactivos. Por ejemplo, bitcoin se puede valorar desde la oferta, como se hace con las materias primas- activos consumibles- a partir de su coste de producción marginal que permite determinar el umbral mínimo al que el “productor” estaría dispuesto a vender.

También puede valorarse desde el punto de vista del tamaño de su stock frente al flujo de nueva producción, una medida de escasez, útil para reflexionar sobre determinado tipo de activos depósito de valor. Como en cualquier mercado naciente y donde el acceso es limitado, el “merchant banking” sobre criptactivos es un negocio enormemente lucrativo.

Es posible prestar dólares a los inversores en criptoactivos para favorecer el apalancamiento haciendo financiación colateralizada a tasas de interés enormemente elevadas. Un negocio que continuará hasta que los bancos puedan entrar de forma más flexible a proveer liquidez en ese mercado.

Aún recuerdo el debate hace unos años en el sector financiero. Blockchain sí, criptomonedas no. Luego surgió la moda de hablar de DLT (tecnologías de registro distribuido) que quedaba más chic y permitía no decir directamente Blockchain, que parecía recordar demasiado a bitcoin. De ahí empezamos a tener discusiones sobre redes abiertas, redes cerradas, redes permisionadas, modelos robustos para grandes empresas, y se empezó a trabajar en soluciones que se alejaban del concepto del criptoactivo y se acercaban más a una solución tecnológica esterilizada: Un poco como la leche sin lactosa o el café sin cafeína. El objetivo era la Blockchain sin criptoactivos, o el smart contract sin Blockchain, ya puestos.

Como cualquier tecnología emergente que se precie, las criptomonedas tuvieron su primera gran burbuja en 2017, un año en el que mis amigos desarrolladores usaban camisetas de Vitalik Buterin con el logo de Ethereum y un Lamborghini estampado en el centro. Un año en el que proyectos que habían copiado – literalmente- las 20 líneas de código que hacen falta para crear el smart contract de un token fungible estándar (ERC-20) levantaban millones de dólares en las ICO en dinero que no exigía ninguna responsabilidad o el rendimiento de cuentas a los promotores.

Hoy, tan sólo 12 años después del 9 de enero de 2009, el creador de bitcoin, si sigue vivo, debe estar riéndose para sus adentros. El primer bloque se cierra con una frase escrita en la única transacción posible, la emisión de los primeros 50 bitcoins, el “coinbase”: “The Times Jan/03/2009 Chancellor on brink of second bailout for Banks”. Bitcoin es un manifiesto de los fundamentalistas de la libertad financiera. Mi “dinero” es mío, y yo lo controlo como quiero, lo transfiero a quien quiera, donde esté y sin importar el importe, el día, la hora o la situación.

Y no necesito de un tercero de confianza que vele por el buen fin de la transacción, eso ya lo hace el cliente bitcoin instalado en todos los computadores (¡qué épocas!) que minan y cierran bloques de la cadena. Y, además, como si de un monedero físico se tratase, ya me encargo yo de guardar y custodiar mis claves y que nadie me las robe.

No sólo eso, para que quede claro que no es como el dinero de los bancos o de los bancos centrales, limito la emisión total a 21 millones y lo convierto en el primer activo digital escaso transferible sin necesidad de terceros de confianza de la historia. Resulta tan revolucionario que ni siquiera puede considerarse disruptivo, porque no es una tecnología que sustituya fácilmente a nada, sino que requiere e inspira transformaciones asociadas que producen cambios graduales.

Es una reflexión política sobre el dinero, que había sido ampliamente debatida en los ámbitos de la subcultura de los cypherpunks de los años 80 y 90. Una reflexión que, con los años, ha devuelto a la actualidad de la investigación económica las vibrantes discusiones sobre lo que es el dinero que se tenían en el siglo XIX entre los “practicioners” y los funcionarios del Banco de Inglaterra. O las sombrías reflexiones sobre el papel del dinero bancario de Schumpeter y el escepticismo de los austríacos en general ante las presuntas liberalidades de los bancos centrales.

Al mismo tiempo, la magia del multiplicador bancario de Keynes, muchas veces malinterpretada, augura un futuro brillante a la economía tokenizada que no necesita ni economías de escala ni de alcance, sólo comunidades cohesionadas y comprometidas con su propia prosperidad común. O la nueva y tan polémica teoría monetaria moderna, para la que a lo mejor no precisamos tampoco grandes estados o bancos centrales, sino un buen diseño de economía tokenizada y unas cuantas aldeas. Y, por supuesto, unos buenos activos de Arrow, como sólo podemos aproximar con los tokens.

Doce años después del experimento de Satoshi y su desafío al modelo financiero existente, existen bancos en Suiza que ofrecen soluciones para la custodia y el trading de criptoactivos; Licencias bancarias específicas en Estados Unidos y cartas de la OCC[1] reconociendo que los bancos pueden custodiar bitcoins y ofrecer servicios asociados; Bancos centrales explorando los criptoactivos estables, incluso pensando en emitir moneda sobre un libro mayor de Blockchain. En fin, si Satoshi levantase la cabeza…

También hay valientes gestoras de fondos deseosas de convencer a los supervisores de mercados que los ETF de bitcoins o de criptoactivos son productos interesantes y robustos. Algunas empiezan a posicionarse a favor o en contra de la propuesta de valor de bitcoin, incluso alguna se aventura a ir un poco más allá del criptoactivo por excelencia. Como no podía ser de otra forma, todo lo que llama la atención genera debate.

Sin embargo, las soluciones posibles en la industria de gestión de activos todavía son pocas, y en nuestro país casi nulas. Los supervisores y reguladores ya han dejado claro que lo de la tecnología Blockchain les suena bien, pero que las criptomonedas o bitcoin no tanto. Hoy, en España, no es posible constituir un fondo de inversión tradicional que pueda invertir en bitcoins. Obviamente el objetivo loable de los supervisores es impedir el abuso, especialmente del inversor retail.

Al impedir que una gestora regulada y supervisada pueda construir una cartera de bitcoins (o de una cesta de criptoactivos razonable) y responsabilizarse de gestionarla con su mejor entendimiento, empujamos a esos mismos pequeños inversores al casino de los criptoactivos en los exchanges, las páginas de instrumentos OTC con exposición a estos subyacentes, o peor.

Pero rizando el rizo, tampoco es posible crear un fondo de inversión libre (FIL) que invierta en bitcoins. Aunque sí podríamos constituir un fondo de inversión libre que invirtiese en hedge funds, y un hedge fund puede ser una sociedad en una jurisdicción opaca dentro de la cual no sé lo que hay. Podríamos ser creativos y constituir ese Fondo de fondos de inversión libre que, a su vez, invertirá en una selección de hedge funds especializados en estrategias sobre criptoactivos.

De estos ya hay un montón, así que podemos hacer hasta un scoring y un sesudo proceso de due dilligence posterior, para acabar teniendo un 60% de exposición larga a bitcoin, pero con una cadena de costes del 4% -tirando por lo bajo- para el inversor. Tal vez esta idea es mejor que un fondo sencillo y limpito que gestione criptoactivos, pero a primera vista no lo parece.

Hoy, la opción del regulador español es que uno se monte un fondo cerrado, un EICC, para invertir en criptoactivos. La verdad es que la sugerencia me produjo en su momento una gran curiosidad. Para ser una persona con cierto conocimiento de las instituciones de inversión colectiva, no tenía constancia de la existencia de esta figura. Les recomiendo consultarla para descubrir las notables oportunidades que ofrece al promotor de fondos en criptoactivos. O casi mejor, ahórrense la búsqueda y vayan directamente a montar su fondo de criptos fuera de España.

[1] Office of the Comptroller of the Currency

 

Artículo publicado en el informe Reflexiones Jurídico-Financieras en el primer aniversario de la pandemia COVID-19